Rocío Solís


Rocío Solís
Presidenta
Comisión Costarricense de Cooperación con la UNESCO


Vivimos una crisis a causa de la ola de violencia desatada en algunas localidades del país, pero que impacta a toda la población.

Hago un llamado para que unamos nuestros esfuerzos, los hogares, los centros educativos, las autoridades, el gobierno, para que esta situación afecte de la menor forma posible a nuestros niños y adolescentes.

En este momento, los muchachos de quinto año de Limón, de San Carlos, de Aserrí, de los barrios del sur de San José y de muchos otros lugares, deberían estar solo concentrados en las pruebas  de bachillerato que están pronto a realizar. Los otros menores deberían estar únicamente pensando en los últimos exámenes y trabajos extraclase para pasar de año. Pero no, lamentablemente, no es así.

Muchos están distraídos, están afectados, están asustados. Sus padres  también.

La Organización Mundial de la Salud OMS, tiene declarada a la violencia como un problema de Salud Pública, por las graves consecuencias que acarrea. Y en nuestro país, la violencia se presenta cada vez con más fuerza en todas sus expresiones: la violencia  auto infligida,  con el aumento en el número de suicidios;  la intrafamiliar, cuya muestra son los últimos casos de femicidios y los niños en abandono y la social, que ha cobrado gran cantidad de vidas en las últimas semanas.

Costa Ricas es hoy presa de estos tres tipos de violencia, principalmente la social, y su recrudecimiento es tal, que cada vez es más común ver víctimas inocentes que por cosas del destino estuvieron en el sitio donde se dio un fuego cruzado o donde se realizó un ajuste de cuentas.

Pero hay algo que también me preocupa, poco a poco se va creando un clima de aceptación. Y  nunca…  jamás  podemos llegar a acostumbrarnos a la violencia, a verla como algo natural ni aceptarla como un medio para resolver conflictos o deudas.

Desde la Comisión Costarricense de Cooperación con la UNESCO, hago un llamado a todas las personas para que busquemos mecanismos para sopesar este flagelo, debemos comprometernos como miembros de una comunidad que trabaja hacia una cultura de paz y no pierde las esperanzas de lograrlo.

La participación responsable, la tolerancia, la solidaridad son las banderas que debemos levantar y hacerlas guías de nuestro diario vivir. Por el contrario, ya basta de rivalidad, de intolerancia, de desamor.