Redacción – Cuando un paciente llega a Grayshott Spa, en Londres, recibe una descripción de la dieta que llevará durante una semana que, simplemente, contradice todo lo que se considera saludable. Algunas cosas no le llamarán demasiado la atención: debe dejar la cafeína, el azúcar, el alcohol. Otras le resultarán más extrañas: debe dejar la leche y el trigo. No más carbohidratos refinados como arroz blanco. Pero sí mucha proteína animal, y mucha, muchísima grasa.

El programa «es parte de un movimiento de salud creciente en el mundo que argumenta que muchas de las recomendaciones sobre dieta que los gobiernos y los nutricionistas han dado en los últimos 50 años están equivocadas», escribió Sarah Gordon, editora del Financial Times (FT) que se sometió a la semana de dieta de Grayshott. «La comida baja en grasa, lejos de ser saludable, es mala para la gente, y reducir calorías no da como resultado una pérdida de peso sustentable», agregó.

Hace décadas que la obesidad y la diabetes de Tipo 2 son epidémicas en países desarrollados y en aquellos que tuvieron un boom económico, como China o India. Y el mensaje de la dieta baja en grasa ha hecho mucho daño porque las personas creen que se cuidan pero, en realidad, ingieren más carbohidratos sin saberlo. Eso se opone a la pérdida de peso y agrega factores ambientales a los genéticos para la multiplicación de enfermedades como el cáncer o la enfermedad coronaria.

Si bien el programa se creó para mejorar el microbioma, tuvo efectos secundarios inesperados pero positivos: aumento en los niveles de energía de los pacientes, disminución de la presión sanguínea, mejor regulación de la glucosa y, en consecuencia, menos medicamentos para la hipertensión y la diabetes.