Nací en 1997, para ese entonces, la ilegal industria del narcotráfico daba sus primeros pasos en nuestro país, incluso, sufría por la reciente caída de las dos principales organizaciones de la droga en toda la historia: el Cártel de Medellín y el Cártel de Cali.

Costa Rica era un puente más que utilizaba el crimen organizado para movilizar sus cargamentos hacia México y Estados Unidos. La aparición de un cadáver o la ejecución de un crimen, por parte de un sicario, eran noticias relevantes e inusuales.

Con los años, todo cambió. Nuestro país dejó de ser el simple puente para convertirse en bodega y centro de operaciones de grupos de la droga. Los colombianos le dieron paso a los mexicanos, los cargamentos dejaron de ser de 100 kilos para comenzar a mover toneladas y, lo peor, el número de víctimas creció de forma desproporcional.

Llegamos a un punto en donde los homicidios dolosos son calificados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una pandemia. Es decir, el país -otrora de paz- enfermó de violencia.

El propio ministro de Seguridad, Gustavo Mata, alerta sobre lo que nos espera. ¡Es lo peor!

La matanza que, hoy, se vive, en las calles, se agudizará porque, cada día, ingresa más drogas por nuestras fronteras terrestres y marítimas y esto provocará el nacimiento de nuevas bandas narco que lucharán con sangre por un espacio, en el mercado.

Aquellos homicidios inusuales que ocurrían cuando yo era un niño, se convirtieron en eventos de casi todos los días. La proliferación de organizaciones ticas dedicadas al tráfico de drogas local y hasta internacional son la principal causa. Los costarricenses se convirtieron, también, en narcos de alta jerarquía.

Lamentablemente, hoy, vivimos en un país tomado por el narco, en una Costa Rica inundada de cocaína, marihuana y drogas sintéticas, que requiere de una intervención inmediata no solo de nuestras autoridades, sino de organizaciones internacionales que ayuden con planes de ataque y prevención.

Como ciudadanos honestos, no podemos permitir que movilicen cuerpos desmembrados en un carro por plena Sabana, como ocurrió, este miércoles, y este tipo de situaciones se conviertan en un hecho común.

Tampoco es correcto permitir que la mortal guerra narco que vivimos, en estos momentos, se vea con buenos ojos solo porque las víctimas son narcotraficantes. En México, ese fenómeno se vivió y permitió, precisamente, por las fechas de mi natalicio y hoy los muertos se cuentan por millares.

La visión de que es bueno que los delincuentes se maten entre ellos es completamente equívoca.

Costa Rica suma al día de hoy 462 homicidios y la mayoría de ellos son relacionados con ejecuciones narco. Una cantidad  que, una década atrás, era impensable.

Los débiles esfuerzos por combatir el narcotráfico sin recursos nos da una bofetada como país y sociedad. Permitimos que muchas madres estén de luto por un problema que nos llegó de Colombia por culpa de los Estados Unidos y que gracias a la violencia importada de México, ahora de miedo salir a la calle.

La única solución al problema es un ataque frontal a través de cuerpos policiales especializados, más aeronaves, barcos, oficiales y leyes que desmantelen a las agrupaciones narcotraficantes para que, obligados, busquen un nuevo hogar lejos de nosotros. Por blandengues vivimos entre narcos.

Hoy, quienes nacimos cuando el negocio de las drogas comenzaba a a crecer, estamos en la obligación de ahuyentarlo de nuestras fronteras.