Redacción – De toda la Semana Santa, el día más solemne y para el cual había que guardar silencio y se exigía una dedicación total a las actividades, tales como procesiones y rezos, era el Viernes Santo.

Lo anterior documentado en varias fuentes, entre ellos relatos que datan de finales del siglo XIX publicados por Elías Zeledón, escritor nacional que falleció en 2014.

Desde la Edad Media, la Iglesia estableció normas estrictas respecto a las formas de celebración y convivencia durante la celebración de la Semana Mayor, muchas de las cuales aún se manifiestan en la población que profesa la religión católica.

La reflexión y la conversión se acompañaban de largos períodos de oración y meditación, abstinencia y exigencia de participación en los actos litúrgicos. Para guardar los días de precepto, era exigida la suspensión de las labores cotidianas para dedicarse a la oración, así como a la dedicación plena a las labores religiosas, con lo cual durante Semana Santa se presentaba un verdadero cambio en la vida cotidiana que incluía: la jornada laboral, la alimentación y la organización familiar.

La parálisis de labores para dedicarse a las celebraciones religiosas es documentada desde épocas antiguas. Era prohibido desarrollar ciertas tareas habituales, como el baño corporal o el lavado de ropa, por cuanto ante la falta de cañerías, las personas debían recorrer largas distancias para llevar agua a sus casas o realizar ciertas tareas domésticas en las pozas de los ríos.

Debido a que esta tarea representaba esfuerzo y horas de trabajo, generalmente se suspendían durante la Semana Santa y se prohibía ir a los ríos o al mar por diversión so pena de excomunión.

Existen leyendas que relatan la desobediencia de las personas ante este mandato, y el castigo divino de que a las personas desobedientes se le formaran escamas en su cuerpo, a manera de un pez, por bañarse en un río o ir a la playa.

Otras actividades cotidianas, tales como picar leña o palmear las tortillas estaban también prohibidas durante Semana Santa, muy probablemente porque estos trabajos domésticos restaban tiempo a las personas para la meditación y participación en los actos religiosos.

La idea era que la acción de golpear cosas o martillar estaba prohibida, con mucha más razón durante el Viernes Santo, debido a que semejaba el golpe del martillo en la crucifixión del Señor.

Adultos mayores fueron testigos de estas costumbres que con los años se han ido perdiendo, aunque algunos recuerdan con añoranza, las cuales para los católicos tienen un gran significado.

En cuanto a las costumbres de aquellos años – treinta o cuarenta años atrás- ¿cuán diferentes son a las actuales?  Veamos algunas de ellas:

No se cocinaba durante toda la semana

Se tenía un enorme respeto por lo que significaba el gran misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.

Toda la semana debía dedicarse a la reflexión, al ayuno, a la mortificación, a la oración y prácticas piadosas  que conllevaran a una mejor preparación espiritual y a una expiación de las culpas –pecados- que cada quien considerara había cometido.

A fin de no distraer la atención de aquello tan significativo, las señoras preparaban los alimentos que se iban a consumir durante la semana.

Así, era frecuente hornear el pan, las rosquillas de harina o masa de maíz, preparar el dulce de chiverre o de coco, el arroz con leche. El fogón, el anafre, la cocina de leña, entraban en receso durante una semana.

Con cuanto celo cuidaban las señoras aquellos manjares, todo era delicioso; sin embargo, había que administrarlo prudentemente para que alcanzara.

Silencio total y no bañarse en viernes Santo

Costumbre difícil de cimplir para algunos, aunque era una costumbre casi sagrada. El Viernes Santo había que respetarlo.

Todo era quietud, silencio y calma.  Nadie prendía su radio.  No se prendía la televisión –quienes tuvieran-.

Se puede decir que incluso la naturaleza parecía mucho más quieta. Los vehículos no transitaban.  Se caminaba a las distintas celebraciones.

Si se lograba ver pasar un avión las personas mayores se santiguaban porque podría ocurrir una desgracia a quienes iban en él.

El Viernes Santo era un viernes de silencio.