• La Relojería Julio Fernández nació en 1905
  • Muchos empleos podrían llegar a automatizarse

Redacción – El sonido del «cucú» poco a poco se apaga, a menos que la profesión de los relojeros continúe. Estudios afirman que esta podría ser una de las profesiones u oficios que desaparezca en los próximos años producto de la era tecnológica; sin embargo, eso no es algo que capture la atención de Flora Fernández, actual dueña de la reconocida relojería Julio Fernández.

Esta es la primera relojería en Costa Rica. Inició en 1905, cuando el abuelo de Flora no sabía cuál era su vocación. Mientras su papá quería que él fuera militar, Julio fue a la parroquia y le pidió a la Virgen de los Ángeles y a Sagrado Corazón de Jesús que lo ayudara a encontrar un oficio para dedicarse el resto de su vida.

Al salir de la Iglesia de La Soledad, en San José, observó un panfleto que le causó mucha curiosidad. Un pedazo de papel que traía las instrucciones de cómo reparar relojes suizos. Julio tomó eso como una señal divina y empieza a reparar relojes en su barrio e incluso máquinas de escribir. Para esos años, era un negocio muy bien pagado, los más ricos mandaban a reparar sus lujosos artefactos que les daban la hora, pero el paso del tiempo se ha encargado de extinguir este oficio.

Relojes de péndulo están envueltos en elegancia

¡Pasión heredada!

Luego del fundador, llegó Julio Fernández hijo. Él continuó con el negocio y lo convirtió en su pasión y su dosis diaria de felicidad. Con el pasar de los años, tuvo hijos y ahí llegó Flora. Otra amante más de los relojes, en especial los de máquina, los famosos de aquel tiempo.

Aunque su papá quería que ella fuera enfermera, ella decidió iniciar con los relojes. Su primer acercamiento en el taller fue a los seis años y, siendo tan solo una niña, supo que esa era su vocación.

Pese a que su papá le ofreció la parte administrativa porque ser relojero, en aquel tiempo, era de hombres, ella hizo caso omiso y ahí fue donde transformó todo.

«Yo siento fascinación. Es pasión. Cada mecanismo, cada pieza, me encanta. Es una pasión heredada de la familia, yo soy la tercera generación y me gustan por supuesto los mecánicos porque tienen una magia impresionante», resaltó entre suspiros.

La relojería sobrevive

Esta tienda y taller tiene piezas únicas, valoradas desde los ¢6 millones para un reloj de péndulo, de aquellos elegantes y muy finos, hasta los «cucú» o los tradicionales que pueden costar al rededor de ¢20 mil.

El oficio se acaba. Los relojeros, poco a poco, se van extinguiendo. En plena era digital y tecnológica, no todos requieren de estos servicios, pues muchos utilizan hasta su celular como reloj.

Relojes cucú son los más vendidos

La cantidad de empleados de la Relojería Julio Fernández se redujo de 18 a solo cinco. La mayoría de relojeros del país trabajan medio tiempo con un salario de ₡200 mil, otros topan con suerte y pueden dedicarse a tiempo completo a este oficio al que le llaman pasión.

Profesiones como los bibliotecólogos, los zapateros, las empresas dedicadas a las impresiones y las agencias de viajes deben enfrentarse a este verdugo llamado tecnología. Un estudio realizado por el Banco Mundial (BM), “Dividendos digitales: Informe sobre Desarrollo Mundial”,  en el 2016, indicó que la automatización de los empleos en Costa Rica sería de menos de un 60%.


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Desde el punto de vista tecnológico, las dos terceras partes de los empleos del mundo en desarrollo pueden automatizarse, pero los procesos se moderarían a causa de los salarios más bajos y a la mayor lentitud en la adopción de la tecnología, tal y como podría suceder con los relojes.

Contrario a eso, Fernández considera que alguien siempre va a necesitar un relojero.

«Yo no creo que desaparezcan mientras la gente use relojes, porque siempre van a necesitar, por lo menos, que se les cambie la pila, aunque eso no sea precisamente el trabajo de relojería, pero la gente conserva piezas antiguas, herencias de los abuelos, entonces llegar a desaparecer del todo, no», comentó Fernández con la sonrisa que la caracteriza.

En esta relojería trabajan arduamente Manuel Mondul y Enrique Barboza, además de otra relojera más llamada Kimberly Quesada -con 10 años de experiencia- y Yanir Montero, otra mujer que aspira a romper con todos los esquemas y ser una experta más en el tema de relojes.

Manuel Mondul, relojero pensionado

Flora, por su parte, motiva a sus trabajadores para rescatar todas las unidades que entran a la relojería, aunque ellos saben que podrían quedarse sin empleo. Por ejemplo, Mondul, ya está pensionado, pero trabaja por gusto en la relojería. No tiene un horario en específico, entra y sale cuando así lo considera pertinente, pero siempre termina sus trabajos a tiempo. Así demuestra ser fiel a la profesión.

Gracias al trabajo en equipo, esta relojería se mantiene por 114 años y así continuará hasta que los «cucú» se apaguen.