Minor Araya Salguero

Criminólogo – Exjefe OIJ


Bajo Los Rodriguez, San Ramón. A eso de las 08:03 horas de agosto 17, uno de dos ocupantes de un coupé color rojo, saca y extiende su brazo derecho (estando el vehículo en movimiento) logrando tocar los glúteos de una mujer que en ese momento, también circula sobre el asfalto, pero en bicicleta.

Evidentemente, la intención de los sospechosos, no era lanzar un acomodado y respetuoso saludo mañanero a la muchacha, era abusar de esta, peor aún, lo logran con toda impunidad.

Seguramente, de previo, durante y después de aquel cobarde acto, ambos patrocinadores rien a sus anchas, hasta alcanzar incontables e incontrolables carcajadas. Su hazaña fue tal, que se sienten extasiados por el éxito alcanzado.

Y ¿Cuál fue aquella difícil misión que les provoca semejante éxtasis? Abusar sexualmente de una persona, que por su condición de ser mujer, facilita la dominación del efecto más temido por el cobarde: la respuesta física, esa agresividad cuyo nivel de fuerza preocupa al atacante tanto, como el boxeador al golpe que no puede ver que viene.

Aquella sensación de éxito, con toda probabilidad, fue llevada hasta el desgaste desde aquel 17 de agosto. En adición, la otra, llamada impunidad, exacerba aquella peculiar celebración y más allá, invita a los delincuentes a repetir actos similares pero diferentes, más atrevidos e intrusivos; conductas que «llenen más» ese voraz apetito que reprimir, mucho cuesta al atacante sexual.

Como lobos, aullan. Lo hacen al sentirse seguros, al calor de su madriguera; mientras tanto, no dejan de pensar en aquella, la que fuera su fácil presa y de lo que se perdieron, al haber ido más allá del que resultara, un fácil tocamiento. El asunto se percibe como la natural evolución de la mente criminal.


«Todo va bien en la retorcida mente criminal, hasta que el aullido del pseudovaliente depredador, se convierte en el llorido del cobarde abusador»


Agosto 20. Fecha que marca un antes y un después al regocijo del tipo de maleante, acá bajo cuestión:

«El Organismo de Investigación Judicial confirmó el arresto de dos hombres que abusaron sexualmente de una mujer que viajaba en bicicleta. Se trata de dos jóvenes de 19 y 20 años, quienes fueron detenidos en Los Ángeles de La Fortuna y en Ciudad Quesada, respectivamente. (AMPrensa)

Hay quienes han afirmado que la estupidez suele, con mayor ahínco, refugiarse bajo el calor de la juventud. ¿Será cierto…?

Objetivamente, para el criminal de Tiquicia, suele ser extremadamente arriesgado confiar ciegamente en esa, escogida por el, como otra de sus cómplices; me refiero a esa sensación de impunidad una que, al igual que su compinche, es de traidora naturaleza.

Indudablemente, para los investigadores judiciales de la Delegación Regional del OIJ de San Ramón, el caso en cuestión, trasciende más allá de que una ciclista es, con sorpresa y ventaja, abordada por un par de tipos sobre vía pública. Para esos buenos detectives, una mujer es cobardemente abusada; un hecho relevante en donde, se ultraja la esencia de un ser humano en ese momento, bajo una condición de clara desventaja de pelea.

Pero, al igual que la presencia criminal natural es, normal también es aquello, a toda luz, inverosímil en una sociedad que se sugiere educada. Para el internauta Ramón Mata Rojas, la rápida acción y excelente desempeño demostrados por nuestra Policía Judicial se aprecia como un desperdicio de recursos, claro, en su muy particular realidad:

 «Así fueran como para agarrar a los ladrones de carros que si hacen mucho daño» (Crhoy)

Como bien se aprecia, la policía no solo debe vencer la astucia del malhechor ubicando, siguiendo y reconocimiento sus migajas; la Policía Judicial debe sobreponerse a todo indicio de ignorancia de toda una colectividad a efecto de alcanzar su álgido objetivo: Coadyuvar con el alcance de la ley y la justicia.

Así, a cualquier hora de cualquier día, esos que pretendieron ser lobos y fuerte aullaron a su indefensa presa, al sentir sobre ellos la furia controlada del agente que firme y decidido, les lanza contra el duro suelo y les amarra cual más despectivo ser, trascienden a la siguiente fase de su indeseable realidad, y a esta, le reciben no con aullidos más si con lloridos y algunas de las veces, con esa pestilencia provocada por la orina y defecación.

Para aquellos, que antes gozaban y ahora los gozan, les espera un innegable futuro, uno que les puede, también privar, hasta por cuatro años su libertad. Esos atacantes sexuales que ayer «botaban pluma» en las calles, pronto estarán siendo desplumados en alguna celda de nuestro país. En buena teoría, se debe pagar un precio.

No se trató de una travesura, de algo normalmente aceptado en cualquier sociedad, de algo a lo cual, innecesariamente se expuso una mujer por andar en su bicicleta, sola y vistiendo traje de ciclista, no. El asunto tiene nombre y apellidos: Es un delito penalmente tipificado y castigado con cárcel; es Abuso Sexual, constituyéndose sus perpetradores como, criminales sexuales.

El anterior, un pensamiento dedicado a la dignidad y seguridad irrenunciables que toda mujer tiene y debe hacer respetar a toda costa y, ante cualquiera. Por supuesto, dedicado también, con mucha admiración, a mis excompañeros del OIJ de San Ramón ¡Buen trabajo!