• Un joven que dedicó dos años de su vida al cultivo y venta de marihuana narra como su vida cayó en un abismo por creer en las narconovelas

Redacción. El 20 de marzo del 2018 será un día que Carlos Manuel nunca olvidará. Mientras dormía en su casa, en medio de lujos como los que tantas veces vio en narconovelas y series, un estruendo lo despertó abruptamente.

De inmediato, los gritos de muchos hombres hicieron que su cuerpo se quedara paralizado en la cama, sin tiempo de reaccionar. “Policía, policía… no se muevan, somos la policía…”

La puerta de su habitación también fue tumbada de un solo golpe. Aquel “castillo” que Carlos Manuel construyó en pocos meses por el cultivo y venta de marihuana se desplomó en un instante.

“Dejé los estudios universitarios porque encontré en el negocio de las drogas un modus vivendi. No tenía que trabajar para tener lo que quería, tuve lujos, carros, muchos amigos de conveniencia y poder; poder porque algunos me veían como con miedo. Sin embargo, todo fue un espejismo”, relata Carlos Manuel, hoy, de 28 años.

Aquel 20 de marzo cambió por completo la vida de este joven. Cayó en una realidad que pocas veces muestran las narconovelas, mismas que lo inspiraron para adentrarse en un mundo ilegal y peligroso.

“Vi muchas cosas en tele que me hicieron caer en todo esto. Comencé a sembrar (marihuana) para consumo personal, pero rápido comencé a venderle a mis amigos y así me di a conocer. Rápido comencé a ver ganancias fáciles. Alquilé una casa en Moravia que me sirvió de laboratorio”, cuenta.

Tan rápido fue su crecimiento en ese mundo delictivo como su caída. “Todo lo que logré en dos años se cayó en segundos. Cuando me di cuenta estaba esposado, entre una “perrera” y asustado como nunca antes. Todos los lujos se quedaron ahí tirados”.

Las pruebas contra Carlos Manuel eran contundentes. Había en las habitaciones de su casa un sembradío de marihuana hidropónica, droga empacada para su venta y poco más de ¢6 millones en billetes de baja denominación.

“Mi verdadero calvario comenzó después de que un juez me dictó prisión preventiva y me enviaron a la cárcel de Pérez Zeledón. Ahí mi forma de ver la vida cambió por completo, me di cuenta que me había equivocado de camino”, narra.

Una vez dentro de la cárcel, Carlos Manuel tuvo que llamar a su familia con urgencia. Necesitaba ¢30 mil colones para pagar por una cama y no dormir en el suelo. Así eran las reglas a lo interno del penal. Reglas interpuestas por propios reos.

“En el módulo en que yo estuba había un líder que tenía todo un grupo criminal, manda hasta a los propios policías de la cárcel, los tiene comprados para él hacer lo que quiera ahí.

Cuando yo vi que ahí era un donnadie me llené de más miedo que el día que me arrestaron. Por las noches, fui testigo de agresiones, amenazas de muertes, violaciones… de tantas cosas que no me permitían dormir. Aquellos días gloria que viví me llevaron a un lugar que jamás imaginé”, afirma Carlos.

Según las palabras de este joven, las reglas en la cárcel no las pone el sistema, sino el reo de mayor jerarquía. Tiene súbditos que lo bañan, lo visten, le hacen viento los días calurosos y hasta lo entretienen con peleas entre reos.

“No aceptar participar en una pelea tiene sus consecuencias. Es mejor pelear ahí, que atenerse a las consecuencias por las noches. Y no hay que ganar, porque puede que ese líder lo vea como una amenaza y es peor”.

Los días en una cárcel nunca lo vio en las series. Creyó que el dinero y los lujos serían para siempre. Nunca se imaginó que aquel crecimiento como narco haría que otros igual que él lo delataran con la policía para eliminar competencia.

Hoy, Carlos Manuel arrastra un trauma… Salió un año después de la cárcel por un beneficio; sin embargo, el proceso en su contra continúa y teme que una sentencia lo envié de nuevo a una cárcel.

“Sinceramente, prefiero suicidarme que volver a vivir esa pesadilla. Yo ahora trabajo y vivo bien, sin los lujos de antes, pero lejos de las drogas. Muchas veces le he pedido perdón a Dios por todo lo que hice, pero de verdad yo mismo me engañé con un mundo irreal que tarde o temprano acabaría.

Aunque parezca mentira, haber terminado en una cárcel por algo bueno porque pude terminar hasta asesinado por andar en esas cosas. Hoy, también siento miedo porque conocí a mucha gente en el negocio que ahora, siento, me ve como una amenaza”, puntualiza.

Sin duda, una historia que pone al descubierto la realidad para quienes incursionan en el narcotráfico. Un cambio en la vida que inicia con una puerta tumbada, gritos y hombres armados bajo la autoridad que una ley les da.

Este es el relato de un ex narco que, ahora, intenta sobrellevar la vida con un simple trabajo informal, pero que lo mantiene lejos de aquella prisión, de aquella pesadilla…