• Una familia de Pérez Zeledón recibió un golpe al corazón al perder a su papá sin saber que el virus también los afectaría

Por Verónica Jiménez

Noviembre del 2020. El país se veía en vuelto en una crisis de salud como nunca en su historia. La economía era cada vez más complicada y las interacciones sociales estaban limitad

Para cuando muchos establecimientos volvieron a abrir, los costarricenses debían elegir si arriesgarse al contagio o sufrir una crisis económica al no tener ingresos mensuales.

Eva Sáenz, una mujer de 60 años, reabrió su negocio de artículos para bebés en una nueva localidad con todas las precauciones para evitar contagios. Su vida estaba tranquila hasta que un miembro de su familia enfrentó un peligro.

Su padre, Oscar Sáenz, de 94 años, tuvo un derrame que afectó la mitad de su cuerpo y causó que los miembros de su familia se alarmaran. Considerando la situación a nivel mundial, la familia Sáenz decidió llevarlo a una clínica privada en Pérez Zeledón.

Allí el señor se contagió de Covid-19 al tener contacto con un médico que no había desarrollado síntomas.

«A mi padre le diagnosticaron un coágulo en el cerebro que le provocó el derrame. Debía ser operado de inmediato, por lo que lo tuvieron que trasladarlo de hospital y realizarle una operación.

«Papá nunca despertó; tuvieron que intubarlo. A pesar de ello, su recuperación iba a ser más complicada, ya que estaba contagiado por el virus y en una habitación donde se encontraban más contagiados”, mencionó la hija.

El principio de un drama

Tras la operación, les otorgan a los familiares un permiso para cuidar al paciente de manera constante; para Eva aquello no era una buena señal.

“En mi familia somos 10 hermanos. A mí me había tocado ir una noche al hospital, pero llegué y vi la condición de papá . ¡Quedé en shock! Me dije: ¿Qué hago aquí? No lo puedo cuidar, no me está escuchando, no me está viendo… salgo de aquí. Salí porque sentía mucho peligro. Yo no lo quería tocar porque me daba miedo; no sabía qué podía pasar”, expresó.

Finalmente, el padre falleció y los hijos (entre estos aquellos que vivían en Estados Unidos) se reunieron para despedir a su ser querido. Lo enterraron el 26 de noviembre de 2020 y a su funeral solo asistió la familia.

“Ese mismo día era mi cumpleaños y aprovechando que todos estábamos reunidos, compramos un queque y nos fuimos a compartir un momento. Yo era muy precavida, por lo que mientras mi familia se encontraba reunida dentro de la casa, me mantuve fuera de ella. Mi esposo se percató de que había muchas personas en el sitio e inmediatamente nos fuimos”.

Días después, ocho de los diez hermanos empezaron a presentar síntomas del virus.

“Mi hermano Mario fue uno de los más afectados. Sus problemas de presión y azúcar complicaron su condición. Pasó año nuevo y Navidad internado. Los médicos decidieron trasladarlo a un hospital en San José para que tuviera una mejor atención.

«Yo pensaba que la situación era muy grave y que incluso podía perder a otro ser querido, pero al cabo de un mes se recuperó exitosamente. Álvaro, otro de mis hermanos, también empeoró. Por el pánico de no sobrevivir en el hospital, prefirió gastar alrededor de ¢2 millones en cuidados especiales y tanques de oxígeno hasta su recuperación”, comentó Eva Sáenz.

Al hablar, Eva refleja angustia. Al final, ella no se contagió. Actualmente la familia se encuentra estable y aplicando todas las medidas de prevención del virus.

“Me cuidé, pero siempre dije que fue Dios quien me cuidó porque había peligro en todo lado y aun así, aquí estoy”, expresó.

*Esta nota es parte del convenio con Digitus CR, el laboratorio de innovación y producción de la Facultad de Periodismo y Comunicación de la Universidad Federada San Judas Tadeo.