• Según datos del Observatorio de Violencia de Género del Poder Judicial, en el último año 19 mujeres fueron víctimas de femicidio y 26 personas quedaron huérfanas de madre; 15 de ellas son menores de edad.

Por Ruth Torres Montero para Digitus CR

Cada mañana, Carla (nombre ficticio para preservar su identidad) se levanta muy temprano para iniciar sus labores cotidianas. Primero, enciende una vela sobre el altar de su hija fallecida.

En él aún conserva una fotografía de su última visita juntas al Parque Diversiones. Su rutina no es la misma desde que su hija fue víctima de femicidio, hace casi cinco años.

Ese sábado, había salido a realizar unos mandados cerca de su casa. Decidió llevar consigo a su nieto, ya que sabía que las cosas en casa de su hija no estaban bien.  Habían transcurrido poco más de 40 minutos cuando recibió la alerta por parte de una de sus hermanas.

“Ella casi no podía hablar; solo me decía que debía volver porque había ocurrido una tragedia. Estaba a solo 400 metros y corrí tan rápido como pude. Al llegar, un oficial de policía me dijo que mejor no entrara; que mi hija había sido asesinada por su pareja sentimental”.

Carla recuerda que, al ingresar a la casa y encontrarse con esas crudas escenas, todos entraron en pánico. Recuerda escuchar los llantos de sus familiares. Había ambulancias, paramédicos, OIJ, medicatura, amigos y vecinos por todos lados.

“Ninguno de nosotros comprendía lo que estaba pasando. Apenas hacía media hora que había salido de mi casa; esto era una pesadilla. Mi niña solo tenía 24 años, estaba cargada de ilusiones y proyectos que le fueron arrebatados en un instante”.

Es así como su hija se convirtió en la víctima de femicidio número 7 del año 2016. El femicida fue arrestado y enjuiciado, lo que dejó a Daniel (nombre ficticio) huérfano.

Patricia Mora Castellanos, exministra de la Condición de la Mujer y expresidenta ejecutiva del Instituto Nacional de las Mujeres (INAMU), señaló que la responsabilidad del Estado y de la sociedad no termina con el femicidio de una mujer porque sus hijos e hijas menores de edad quedan en estado de vulnerabilidad.

Desde entonces, Carla tuvo que asumir la tutela y el cuido de su nieto, quien ahora tiene 7 años.

“Antes no corría tanto, ya que estaba sola. Ahora es diferente. Tengo que levantar a Daniel temprano para alistarlo y llevarlo conmigo al trabajo. Desde que su madre murió, él no quiere despegarse de mí. Todo fue tan repentino que no tuvimos la capacidad de pensar en mi nieto hasta muchas semanas después”.

Un giro de 180°

El olor a café recién chorreado llena el ambiente. En el piso de arriba se escuchan las pisadas del pequeño Daniel.

“Nuestra vida definitivamente ha cambiado y se ha puesto cuesta arriba; es como empezar de cero. Pero tengo que ser fuerte para sacar a mi nieto adelante”.

Una carita inocente se asoma por el quicio de la puerta, a la entrada de la cocina. Las pequitas en sus mejillas y sus grandes ojos negros llenos de curiosidad nos toman por sorpresa.

La abuela con voz dulce lo invita a acercarse a la mesa. “Es un niño extrovertido y muy inteligente”, comenta, a lo que el niño responde: “Este año voy a ir a la escuela; ¿verdad Tita?”. Ella asiente con su cabeza mientras le ata el cordón de su zapato.

Daniel fue testigo de los distintos actos de violencia de los que era víctima su madre: las golpizas constantes, los gritos y malos tratos de su padre. Estos calaron en el niño, según relata su abuela.

“La psicóloga me dijo que actualmente él sufre un síndrome postraumático y esto le ha afectado en su proceso educativo. Se siente inseguro si no estoy presente. Constantemente llora y tiene pesadillas por las noches”, asegura Carla.

Las personas cercanas a su entorno parecen ajenas a su realidad, esto a pesar de que los vecinos nunca olvidarán esa fatídica noche. La gente ha continuado con sus vidas y son pocos los que se mantienen pendientes de las necesidades de su familia.

Para Carla y Daniel los procesos han sido muy difíciles debido a la falta de apoyo. Menciona que los primeros días fueron asediados por reporteros en busca de detalles para sus notas.

También algunos familiares y amigos se acercaron ofreciendo su apoyo y muestras de solidaridad. Sin embargo, los dolorosos procesos judiciales prácticamente los enfrentaron solos.

“En el juzgado había días que quería salir corriendo. Cada vez que escuchaba los detalles del asesinato de mi hija se me partía el corazón y me llenaba de impotencia y culpabilidad. Muchas veces me encerraba en el baño a llorar para que la gente no me viera y constantemente me preguntaba si esto era mi culpa”.

Señala, también, que las instituciones no han sido de gran ayuda. Ella tuvo que agenciarse algunos dineros extra para pagar la atención psicológica del niño, pero sus pocos ingresos no le permiten pagar para recibir también ella esa ayuda.

Abuelas salvadoras

Para Ingrid Arias Trejos, psicóloga del Centro de Salud Mental- Censac-Red, es una realidad que, en nuestro país, en la mayoría de los casos, la responsabilidad la asumen las abuelas maternas.

“Ellas se enfrentan al duelo por el asesinato de su hija prácticamente solas. En nuestro país, el sistema no contempla un programa de apoyo y seguimiento para las abuelas, quienes se convierten de nuevo en las cuidadoras de los niños que quedan huérfanos”, explicó.

Cada vez que escucha en las noticias sobre un caso nuevo de femicidio, Carla no puede evitar volver atrás y recordar este episodio que marcó sus vidas. Las lágrimas recorren sus mejillas, toma una servilleta de la mesa y las limpia.

“Nadie debería enterrar a su hija, y menos en estas condiciones. Siempre elevo una oración al cielo pidiendo a Dios que le dé fuerzas a esas abuelas. Ellas no tienen idea del largo camino que les espera”, suspira consternada.

Algunas veces Carla se siente asediada por la mirada intrigante de algunos vecinos que no logran comprender su fortaleza.

El pequeño no es ajeno a esta realidad. Nos mira consciente de nuestra conversación y comenta con su voz entrecortada: “Mamita ya no está…un monstruo se la llevó”. El silencio llena la habitación.

*Esta nota es parte del convenio con Digitus CR, el laboratorio de innovación y producción de la Facultad de Periodismo y Comunicación de la Universidad Federada San Judas Tadeo.