Edmond Robinson Herrmann

Especialista en relaciones internacionales, graduado de la Universidad Pace en Nueva York y Gerente de Relaciones Públicas de Grupo TENLOT.


¡Que nuestras raíces nunca pendan de objeto para ataques de odio!

La etapa de enamoramiento con las redes sociales como espacios para practicar el ejercicio de la libertad de expresión ha ido dando lugar a  una clara urgencia por regular los ataques de odio que cada día crecen más en estos mismos espacios.

Cuando más la población mundial necesita estar unida, más incrementa su tendencia autodestructiva. Y es que hay muchos y muchas que se autoproclaman los paladines de la ética, la moralidad y verdad absoluta, juzgando a tirios y troyanos.

Y es que, no esperan el mínimo momento para lanzar su ácido veneno entre las líneas que escriben en los diversos contenidos en los que puedan intervenir, sin sumar y con un paupérrimo criterio que les permita debatir, solo atacan sin fundamento y creyendo que han dado una estocada acreedora de aplausos, solo se sientan a disfrutar maquiavélicamente lo hecho.

 Además, poderosamente me llama la atención que son ellos y ellas quienes menos aplican las reglas enseñadas por sus profesoras de español y a las que posiblemente sus almas son atormentadas ante las fatídicas ocurrencias gramaticales y ortográficas que le endosan a esta.

¿Pero por qué tanto odio? ¿Por qué tanta prisa de lastimar, maltratar y dañar a través de las palabras a otros seres humanos? ¿Por qué tanto detrimento, que desacredita a una persona que defiende una postura señalando una característica o creencia impopular de esa persona, en vez de criticar el contenido del argumento que defiende la postura contraria?

¿En dónde queda la libertad de expresión? La libertad de expresión es un derecho humano indeleble para todos, pero el derecho a no ser discriminado lo es en igual medida. Nadie debe ser privado de algo o excluido por su origen, color de piel, orientación sexual o religión. La prohibición de la discriminación es inherente, de la misma manera, al núcleo de los derechos humanos.

Todo crimen es crimen. Por eso NO más expresiones de odio, no las convirtamos en virgulillas y las dejemos pasar, no aceptemos más las embestidas a los derechos y a la integridad de las personas, independientemente de todo.

En este momento de posmodernidad es el momento para buscar concordancias entre los seres humanos.

Decía el poeta y filósofo español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana que quien olvida su historia está condenado a repetirla. Su frase está escrita en la entrada del bloque número 4 del campo de concentración Auschwitz.

Esta columna de opinión la dedico a una mujer letrada, madre abnegada, brillante profesional y sobre todo mi gran amiga, la MSc en pedagogía Rebeca Grynspan Flikier, quien a lo largo de su carrera ha sido víctima de ataques de odio, basados en  argumentos ad hominem, más, sin embargo, nunca ha sido botado su aplomo e inteligencia emocional, por el contrario, desde el amor, la educación y formación ha aprovechado estos crímenes para decir nuevamente: NUNCA MÁS.

P.D – Un costarricense en Guatemala, orgullosamente judío, orgullosamente afrodescendiente y viviendo en plenitud su orientación sexual sin recibir ataque alguno en una sociedad que pareciera estar a años luz de la “culta” Costa Rica.