Redacción – Hace casi dos años, la Policía allanó la casa de un joven, de 17 años, y él fue enviado a prisión.
En ese momento, su perra Kiara tenía cinco años y vio a su dueño ser detenido por los agentes judiciales. Sufrió la separación con él y entró en depresión, no comía ni dormía.
Desde entonces, no veía a su dueño, quien inició recibió una condena de varios años de prisión en el Centro de Formación Juvenil Zurquí. Alejandra Barboza, la madre del muchacho asegura que, a pesar de la separación física, su hijo siempre llamaba a Kiara por teléfono.
“Yo siempre que la llamo y ella me ladra como si me estuviera hablando”, asegura el joven, mientras su madre explica que cuando la perra lo escucha hablar, para las orejas y mueve la cola.
La perra fue un regalo de su papá cuando tenía apenas un mes. El muchacho esperaba recibir la visita de su madre y su hermana, pero esta vez, no hubo palabras, a lo lejos vio donde también venía Kiara, amarrada a su collar y caminando despacio por su gordura.
Por unos segundos, la perra ignoró al dueño, no lo reconoció, y las lágrimas de la familia se dejaron ver.
El joven comenzó a hablarle a la perra y acariciarla hasta que ella comenzó a reconocerlo y, desde entonces, no se separó de él durante las pocas horas que duró el encuentro. El muchacho no dejó de abrazar a su “bebé”, como la llamaba delante de sus compañeros de sección.