Redacción/Agencias – Yazan, un pequeño de cuatro años que desde su nacimiento solo había conocido el hambre y las penurias, ha descubierto por fin el sabor de un helado tras escapar del infierno de Daraya, ciudad sitiada desde 2012 por las fuerzas del régimen sirio.
El ejército gubernamental recuperó el sábado el control total de Daraya, una de las primeras ciudades sublevadas contra el régimen de Bashar al Asad, tras la salida de miles de rebeldes y civiles, sometidos durante cuatro años a un asedio implacable y bombardeos constantes.
Una parte de los civiles, entre ellos la familia de Yazan, han sido transferidos a Hrajela, localidad controlada por el régimen a unos 20 kilómetros al sudeste de Daraya, en la provincia de Damasco.
«Estaba loco de alegría cuando vio galletas; me preguntó si un helado era un tipo de pastel», explica esta mujer de 38 años de rostro pálido, vestida con un abrigo negro usado.
Entre el viernes y el sábado, 4.000 civiles han sido evacuados y unos 700 insurgentes, escoltados hasta la ciudad rebelde de Idleb (noroeste), según la agencia estatal SANA.
A la entrada del centro de acogida, formado por unas 300 unidades de alojamiento, los niños juegan bajo el sol inclemente, mientras voluntarios de la Cruz Roja distribuyen colchones, mantas y comida.
En medio de la entrevista, el pequeño Yazan se precipita sobre su madre llevando entre las manos un plato de humus (puré de garbanzos típico de la cocina levantina): «Mamá, mamá, ¿qué es esto?»
El recuerdo de la agonía del asedio sigue fresco en la memoria. «Lo único que tomábamos era una ración de sopa al atardecer y no comíamos más hasta el siguiente atardecer», recuerda Amina.
«No teníamos ni gas ni electricidad (…) se me rompía el corazón y lloraba viendo a mi hijo hambriento, no tenía nada para darle».
La familia, de cinco hijos, pasaba la mayor parte del tiempo a cubierto, por las bombas que llovían sobre la ciudad.
Como Yazan, los niños de Houda descubren por primera vez alimentos que antes de la guerra podían encontrarse en abundancia en la provincia agrícola de Damasco.
«Mis hijos de 3 y 5 años se han sorprendido con los tomates: era la primera vez que los veían», afirma esta mujer de 30 años. «Nosotros sobrevivíamos comiendo hierba».
Houda confiesa que se llevó algunas piedras «para recordar el olor de la ciudad», a la que espera volver algún día
Su ciudad ha acabado rindiéndose tras cuatro años de miseria, malnutrición y enfermedades.
Pero el hambre no es el único mal recuerdo: el impacto psicológico de la guerra en los niños sometidos a bombardeos es palpable.
«Mi hijo tiene fobia a los aviones», explica Adnan Naccache, de 47 años. «Cada vez que oye un avión corre a esconderse, como la mayoría de los niños sirios».
El hombre explica que él y su familia pasaron más de cuatro meses en un agujero que habían cavado en un área que se había salvado de los bombardeos.
«Nos encogíamos unos contra los otros, los ocho, y no nos atrevíamos a dormir por miedo a las bombas», explica.
«La vida era un infierno, estábamos desquiciados. Llegamos a desear la muerte para no tener que seguir sufriendo la falta de comida y medicamentos». Naccache asegura que pasó de pesar 86 kilos a 68.
En Hrajela, también hay quienes se reencuentran con sus familiares tras cuatro años de separación: «Es como un sueño, mi felicidad es indescriptible», afirma Walaa Musa, de 29 años, mientras sostiene la mano de su padre Hamid, evacuado el viernes de la ciudad sitiada.