Gustavo Araya.
La nota de hoy no será tan positiva, pero es una realidad que muchos de los turistas, tanto nacionales como extranjeros, vivimos al visitar nuestro parque Nacional Manuel Antonio en Quepos.
La Joya de la Corona, más de 400 mil turistas al año visitan este regalo de la Naturaleza. Empecemos por lo positivo, hasta para el más recalcitrante anti-ecologista coincidiría con que este lugar es simplemente único. Llegar a Quepos conduciendo es toda una aventura que nos recuerda que independientemente de los vaivenes de políticos anti-parisinos, la naturaleza es sabia y si se le trata bien, nos enseña su más intensos verdes y colores posibles, ojalá en medio de una refrescante lluvia tropical.
Al llegar directamente al Parque, lo primero que sorprende es la falta de rotulación sobre adonde parquear o por donde se entra al mismo. Salvo dos rótulos herrumbrados, y claro una única calle que serpentea las colinas de Manuel Antonio, no hay forma alguna para una persona que nunca haya visitado este parque que se ubique correctamente. Sin embargo, no hay forma de “perderse”, la dirección a la tica es fácil: “siga recto hasta que se acabe la calle”. Eso hice con mi pequeña hija a bordo, cuya emoción por conocer el “parque de los monitos” solo era comparado con el momento que se comió su primer helado. Después de llegar al final, una manta que dice parqueo es lo único que nos indica que ya llegamos. Las condiciones del parqueo son exactamente paupérrimas. En medio de charcos y barro, logramos llegar a la calle. De nuevo, la ausencia de rotulación no indica donde es la entrada.
La última vez que había visitado el parque fue en 2004, cuando la entrada estaba por la playa. Así las cosas, bulto en mano, silla de playa lista, caminamos por la playa. En ese viaje de 2004, tuve que pagarle a un “botero” que nos trasladó 50 metros para cruzar la quebrada que divide el parque de Playa Espadilla Sur. Caminé por la playa hasta llegar a la quebrada, pero esta vez no había botero. Ni modo, a cruzar, con silla en mano, maletín, cámara, mi hija y su muñeca Petunia, y por su puesto con ella en la otra mano. No fue sino hasta medio camino que logré leer un rotulo que literalmente decía: “No atravesar la quebrada, peligro de cocodrilos. Agua contaminada con materia Fecal”. Demasiado tarde, estaba más cerca de la “entrada” que regresar.
Al llegar a la antigua caseta de Guarda Parques, pregunté por la entrada y un amable oficial me indicó que era por donde había venido. A devolverme de nuevo por las aguas fecales. Mi instinto me dijo que debía acudir a la mejor forma de ubicarse en Costa Rica, con un cuidacarros: “Señor ¿Adonde está la entrada del Parque? Su respuesta no es de sorprender: “Vea Machillo, siga recto hasta el final de ese edificio, ahí dobla a la derecha, camina como doscientos metros más recto – recto, y ahí después del puente de metal, está la entrada, no siga los rótulo, por que NO HAY.” Así, de la mano de mi hija y su muñeca Petunia, empezamos a caminar entre más charcos, pero debo aceptarlo, era parte de la aventura de ella. Solo seguimos los instintos, estábamos en temporada baja, así que no había a quien más seguir. Empezamos a oír y ver el “barullo” de los vendedores ambulantes; ocarinas de barro (que claro, fue mi primera compra a mi hija), pañoletas multicolores (por cierto, me recordó un tweetero hace meses, sin ni una sola motivación costarricense y por el contrario con estampados que recuerdan la cultura Indú), botellas de agua, refrescos y por supuesto, uno de los productos infaltables en la zona: un purito de “mecha”.
Al llegar al final de la calle, después de atravesar el famoso puente de hierro, es evidente la entrada a la derecha a tan solo 25 metros más. Hicimos fila detrás de un grupo de turistas extranjeros a quienes dos guardaparques le revisaban sus bolsos. En este momento tengo que hacer una pequeña pausa y explicar un elemento importante para que comprendamos la gravedad del estado de los parques nacionales.
De los 1153 empleados que tienen el SINAC, solo 531 son guardaparques. Sí, para los todos los parques nacionales que representan más del 22% del territorio Nacional hectáreas, cada guarda parque debe cuidar más de 4000 hectáreas, tarea titánica que parece cada imposible. Pero además de esta importante y necesaria labor, los guarda parques son “obligados” a dar una milla extra, y deben atender a los turistas, mantener las instalaciones, fungir como guías turísticos y como si fuera poco, servir de oficiales de seguridad. Regresando a la aventura, después de 7 u 8 minutos de hacer fila para pagar la entrada detrás de los extranjeros, era nuestro turno. Amablemente le digo al Guarda parques: “Dos entradas por favor, una para niña”. Y claro mi hija me recuerda que somos tres, Petunia está con nosotros. Su respuesta fue otro balde de agua fría (como si la lluvia no hubiera sido suficiente), “No señor, la entrada se compra allá atrás, como a 100 metros de acá, en las oficinas de Coopenae” Hubiera agradecido un rótulo que diera esa información, pero al fin, estábamos en una aventura para mi hija. Volvimos de la mano de Petunia a comprar las entradas.
De nuevo, a hacer fila. Ya con dos entradas en la mano y un pedazo de papel para Petunia que valía como su entrada regresamos al Parque. A partir de ahí casi toda mejora. Caminar entre los senderos para ir directo a la playa es una verdadera lección de biología, tanto para mi hija como para mí. Al menos tres distintos monos, dos osos perezosos, tepezcuintes, mapaches, guacamayas, tucanes, y un sin fin de aves que cantan sin parar. Cada paso que damos es una nueva experiencia. Llegar a la Playa no deja de serlo. Hasta el momento que tanto Petunia como mi hija deben ir al baño. No sabía si llevarla alzada para que sus pies no tocaran el suelo o simplemente hacerme de la vista gorda del moho y el mal olor. Era inevitable, mi hija tenía que hacer “de la dos”. Al menos había un papel higiénico, tan húmedo y arrugado que parecía las manos de un bebé que ha jugado en la piscina por horas. Por fin después de esto, nos instalamos en la playa. Pero claro, sin instalaciones. Salvo unas pocas mesas y bancas, no hay donde guardar o poner las pertenencias. Esto fue un reto muy importante para mí. Mi hija quería meterse al mar, pero tenía mi bulto, silla y cámara en la playa. Aunque confiaba plenamente en mis “colegas visitantes” no hay que tentar ni siquiera al más honesto. Así mantuve la vista entre mis pertenencias y mi hija, siempre listo para salir corriendo en caso que alguien intentara robarlas. Después de dos horas, mi hija moría de la sed y quería su irremplazable te frio de siempre.
Mi inexperiencia en el parque me hizo pensar que era más fácil comprar algo adentro que llevarlo y cargarlo durante los senderos. Graso error. No hay una sola venta de nada (son prohibidas por reglamento, aunque esta circunstancia, me indican, que ya fue resuelta vía modificación reglamentaria). Así que ni modo, a caminar de regreso, con silla en mano, cámara, bulto y mi hija. Luego de llegar de nuevo al carro, 25 minutos después y con más animales vistos de regreso que hizo que mi hija olvidara la sed, nos sentamos finalmente a descansar… pero vaya descuido… dejamos a Petunia y de regreso al periplo…
Como verán en este artículo de opinión veremos muchas menciones de los parques nacionales. Pero más importante aún, analizaremos las soluciones prácticas, jurídicas y reglamentarias para resolver algunos de los miles de problemas que ellos tienen como los mencionados anteriormente. El primero de ellos es muy sencillo y se resume con una frase centenaria: “zapatero a tus zapatos”. La labor encomiable de los Guarda parques debe ser esa, cuidar y proteger la Fauna y Flora de los parques pero buscar otra forma de administración de los mismos, que sea más eficiente, comercial y competitiva que la actual. Como sociedad estamos haciendo una gran labor en la creación de estos parques. No obstante, hemos quedado debiendo en lo que significa administrar estos bienes.