Redacción – Franz García Gutiérrez, oficial del Servicio Nacional de Guardacostas del Ministerio de Seguridad Pública, estaba libre de labores este miércoles; sin embargo, cuando el río Capulín se desbordó, arrasando con todo a su paso, no lo dudó ni un segundo, abrió el ropero y se enfundó su uniforme policial para correr en auxilio de los vecinos en peligro.

Estaba oscuro y llovía torrencialmente, el río Capulín se había desbordado y para entonces destruía tapias y casas cercanas para desesperación de muchos vecinos a quienes la emergencia agarró desprevenidos.

“Había mucha gente en peligro, aquí jamás había llovido así. Ese caudal era exagerado, las casas se inundaron rápidamente. Tenía mucha gente necesitando ayuda urgente, no había tiempo que perder”,  recuerda el oficial de Guardacostas.

Sin importar el peligro, García, de 44 años, con 22 años de servicio, sacó a una, a dos a tres, a cuatro, a familias enteras; perdería la cuenta, con el agua por la cintura, en un sector del barrio Capulín donde las aguas achocolatadas y violentas del río hacían temblar a cualquiera.

Luego de varias horas de intensas labores de salvamento, el policía fue alertado sobre la suerte de su propia Familia, a la que dejó para salvar a vecinos de una segura muerte.

A como pudo, luchando contra la corriente, con las piernas adoloridas por el golpe de palos y piedras, este oficial de Guardacostas llegó hasta su casa, para entonces anegada como muchas otras.

“Mamá, mamá”, gritó con las fuerzas que le quedaban para respirar hondo al escuchar su voz.

“Mi mamá tiene más de 60 años. Ahí la sacamos rapidito al igual que a mis hermanos. Dios es bueno, ahí me cuidó a todos”, comenta.

La noche del miércoles fue una eternidad y el amanecer del jueves, una tortura.

“Nunca dejó de llover, nunca vi algo así en mi vida. Esa cantidad de agua no se la deseo a nadie”, añade con voz queda, fatigado hasta los huesos tras casi dos días sin dormir.

Mientras todos abandonaban el inundado barrio, García buscó un refugio alto para varios perros y gatos y se parapetó en la parte menos anegada de su vivienda.

 Allí, solo, a merced del desbordado río,  “solo pero con Dios, como él dice”,  decidió quedarse para cuidar las pertenencias de sus vecinos.

Algunos llegaron con  sus artículos más valiosos, en bolsas plásticas, los que pudieron rescatar de la inundación, para entregárselos al osado oficial de Guardacostas. “Cuídeme estas cositas, es todo lo que me queda”, le decían antes de marcharse hacia el albergue en el centro de Liberia.

García, mojado de pies a cabeza, hambriento y con frío, a todos les respondió lo mismo: “vayan tranquilos, aquí me quedo cuidando”.

Y así fue. Cuando los primeros socorristas llegaron para buscar a personas atrapadas en el anegado barrio Capulín, se toparon con el Intendente García, enfundado en su Uniforme azul de Guardacostas, empapado de pies a cabeza, pero firme, y nadie escuchó una sola queja salir de su boca.

Ahí sigue, velando por la seguridad de sus vecinos porque, según dijo, “no puedo ir a mi puesto de trabajo pues aún no hay paso a mi Base en Flamingo”.

Esta mañana de viernes, el oficial García seguía alerta.

“Aquí estoy, cuidando, ayudando en lo que pueda, hasta que Dios me la preste”, exclama sin dejar de mirar las tapias caídas y los destrozos causados por el meteoro Nate en su barriada.