Redacción. En el centro de Atenas, frente a lo que fue la Escuela Central, existió un lugar -en los años 70- que todos conocían como El Tierrero. Era la improvisada plaza de fútbol, testigo de miles de mejengas, pero, además, del nacimiento de un mundialista.
Fue en ese lugar donde el ateniense José Carlos Chaves Innecken dio sus primeras patadas, fue ahí donde aquel defensa zurdo comenzó a mostrar grandes sus dotes de futbolista.
Corría el año de 1970 y México era la sede de la Copa Mundial de aquel año en donde Brasil, por ejemplo, exhibía ante el mundo una de sus mejores selecciones en toda la historia.
El juego y los nombres de aquellos futbolistas, entre ellos Pelé, calaron fuerte en aquel niño de un segundo apellido extraño para muchos (Innecken), pero que venía de una familia ateniense muy querida y humilde.
En El Tierrero, José Carlos soñó una y otra vez… En cada tiro libre, en cada jugada y en cada gol de aquellas mejengas de pueblo, de 22 contra 22, cerraba sus ojos por unos segundos para imaginar que estaba en uno de los escenarios mundialistas que veía en blanco y negro en el televisor del vecino o de la pulpería.
Chaves Innecken es un ateniense luchador que vive frente al parque, justo a un lado de donde sesiona, todos los lunes, el Concejo Municipal de Atenas. Es decir, vive en el corazón de Atenas.
El amor por su tierra lo ha llevado a mantenerse ahí toda la vida. Quizás, aquellas semanas en Italia 90 y un intercambio colegial, cuando tenía 17 años, son los únicos tiempos prolongados que Chaves ha estado fuera de su pueblo.
Por su mente aún pasan grandes recuerdos. Jamás olvidará el recibimiento que le hizo toda la comunidad cuando regresó, como héroe, de Italia 90. No era para menos después de aquella gesta histórica de Costa Rica.
José Carlos es un hombre agradecido. Sentado en un pollito del parque de Atenas insiste, una y otra vez, como hombres de su pueblo fueron quienes lo ayudaron a alcanzar sus sueños.
Tuvo entrenadores desde muy corta edad, pues el fútbol nació entre sus genes. A los 8 años, jugó para el equipo de barrio Los Ángeles, luego estuvo también con El San Rafael, participó con la selección de su colegio durante los cinco años de estudio y jugó con el equipo de Atenas en tercera división.
Con el intercambio a Estados Unidos su vida comenzó a cambiar. Allá participó en un torneo intercolegial y gracias a su juego, su equipo se coronó campeón a mediados de los 70. Además, él fue nombrado como el mejor jugador del torneo.
A su regreso de Norteamérica, un primo lo llevó al Saprissa para que hiciera una prueba ante la mirada del desaparecido Marvin Rodríguez. Cuando eso ocurrió, los morados venían de coronarse seis veces consecutivas como campeones nacionales.
A pesar del cartel que tenía Saprissa, Chaves se ganó un espacio en el club. Con los tibaseños se quedó durante tres años hasta que el equipo de sus amores, la Liga Deportiva Alajuelense, lo llamó a sus filas.
“Si uno se sacrifica, es honesto con uno mismo y es responsable, alcanza lo que uno sueña. Aquí varios amigos querían lograr todo, pero pensaban que existía alguna pastillita que uno se tomaba y lograba el éxito”, cuenta José Carlos.
Ese pensamiento le permitió llegar al mundial de Italia 90 y cumplir su sueño mundialista.
Chaves se retiró del fútbol en 1994, como jugador del Herediano, y sigue viviendo en Atenas, aunque trabaja como gestor financiero de la Unión de Gobiernos Locales en San José. Su perseverancia lo llevó a estudiar administración de empresas, pues sabía que el fútbol es inestable para vivir.
Se alejó del deporte de sus amores, pero jamás de la tierra que lleva en su corazón. Él es José Carlos Chaves Innecken