Redacción – La peregrinación que inició por la propuesta de uno, terminó siendo la aventura de tres amigos que además son pre seleccionados nacionales en básquetbol en silla de ruedas.
Emanuel Céspedes de 20 años, Carlos Fernández de 27 y Arturo Fernández 31 son tres deportistas cartagineses apasionados por lo que hacen pero también fortalecen su fe.
Arturo le comentó a sus amigos que quería hacer la romería por primera vez en silla de ruedas para cumplir una promesa que tiene con La Negrita, a lo que Emanuel y Carlos se le unieron por peticiones y agradecimiento.
«Yo fui el pelotero, yo les dije que igual yo iba a venir para pagar mi promesa, por si me querían acompañar y aquí estamos», detalló Arturo.
Por su parte, Emanuel ya la había hecho anteriormente pero era la primera vez de los otros dos atletas sobre sus sillas.
Salieron a eso de las 6:30 de la tarde del centro de Tres Ríos, cerca de 15 kilómetros de la Basílica de los Ángeles.
Se notaba a ojos cerrados que su valentía alentaba al resto de romeros. Ni la famosa «cuesta de Ochomogo» los detuvo para llegar hasta el final de su peregrinación.
Aunque el camino era largo, se mantenían con esperanza y sus peticiones y promesas eran lo que les daba fuerzas para seguir empujando las ruedas de las sillas.
«Es muy cansado, más la cuesta de allá (Ochomogo). En esa nos ayudó mucha gente, es muy cansado, claro», expresó Carlos mientras tomaban un respiro.
A pesar de que otros peregrinos los ayudaron a subir, ellos fueron los que animaron al resto con su fe y con su devoción.
Emanuel tiene alrededor de seis años de estar en el equipo de básquet, mientras Carlos y Arturo tienen un poco menos. Esto ayudó, por su disciplina, a que llegaran hasta la Basílica.
A eso de las 6:00 de la tarde llegó la lluvia para los romeros, a tan solo 10 kilómetros de la Virgen, pero ni eso fue excusa para que ellos terminaran su recorrido. Forraron sus sillas con bolsas plásticas, así como sus piernas y zapatos. Con la ropa, era de material impermeable por lo que esto no fue impedimento.
Además, ¡estaban más que preparados! Llevaban hidratación y confites para todo el camino. Por otro lado, la comida la dejaron para cuando ya estuvieran en la meta.
«Cuando lleguemos podemos disfrutar y darle gracias a Dios», dijo Emanuel con mucho entusiasmo.