Redacción- Dayana Ávila, de 24 años, es una de los miles de migrantes centroamericanos que caminan en caravana para intentar ingresar a Estados Unidos. ¿Qué lleva a alguien a emprender esta dura travesía? Esta es su historia contada por ella misma desde Ciudad Hidalgo en México, donde se prepara para continuar su camino hacia la frontera.
«Salimos desde San Pedro Sula en Honduras hace 5 días. Hemos caminado hasta 8 horas de seguido. Hacemos paradas de 4 horas y seguimos.
Vine con mi padre y el esposo de una tía. Mi papá se quedó atrás porque a mi dieron un jalón (un aventón) en Ciudad de Guatemala. Él me dijo que lo tomara porque la caminata estaba siendo muy dura. Desde ayer no se de él, espero volver a encontrarlo porque si no, no sé qué voy a hacer.
Salí de casa con 200 lempiras (US$8) y ya me los gasté. En Honduras no consigo trabajo. Solo estudié hasta sexto grado. Vivo con mi padre que es albañil, mis 9 hermanos y mi mamá, que vende tortillas. A veces la ayudo con el negocio.
La vida allá es muy difícil. Es muy duro ver a mis hermanos diciéndole a mi mamá que tienen hambre y ella diciéndoles que no tiene nada que les pueda dar».
«Tengo un hijo. Se llama Aarón y tiene 3 años. No lo traje, mi mamá se quedó cuidándolo. Yo no estoy casada. Quedé embarazada porque unos mareros (pandilleros) me violaron.
Eran varios, estaban armados. Me llevaron a un monte, me violaron y me dejaron casi muerta. Nunca lo denuncié porque me dijeron que si iba a la policía me mataban a mí y a mi familia.
Luego de que me violaron me amenazaban constantemente. Me tocaba esconderme. Una vez me tocó estar 12 días en una montaña.
Un día que fue al hospital me dijeron que estaba embarazada. Mi hijo nació con epilepsia y le recetaron unas pastillas que tiene que tomar de por vida. Cuando le pega la epilepsia él se cae y se golpea. Ayer que hablé con mi mamá me dijo que el niño se había golpeado. El tratamiento cuesta unas 5.000 lempiras mensuales (US$200). Yo no tengo manera de pagar ese dinero
Durante un tiempo trabajé en la cocina de un restaurante y me pagaban 6.000 lempiras (US$250), eso no es ni siquiera el salario mínimo en Honduras. Desde que salí de ahí no he podido volver a trabajar».
«Por eso me vine en la caravana, porque no voy a dejar que mi niño se muera. Si no le doy esas pastillas se me va a morir el niño. Si llego hasta Estados Unidos quizás tenga una oportunidad de traerlo para que lo vean los médicos.
A él tienen que hacerle una operación en la cabeza que solo se hace en Estados Unidos. Aunque sea producto de una violación tengo que amarlo porque es mi hijo, salió dentro de mí. No voy a dejar que se me muera la cría.
Así que al verlo sufrir, con el dolor de madre tuve que irme. Ahora estamos esperando que mi padre y los demás que quedaron atrás se unan a nosotros para continuar el camino en grupo. Esperemos que todas las personas que vienen puedan cruzar, que este sacrificio no quede en vano».
Con información de BBC mundo.