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El silencio y la duda, la revictimización de una mujer que denunció acoso sexual

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Foto: Fines Ilustrativos

Redacción- 

Los nombres de los personajes que forman parte de esta historia han sido cambiados por su seguridad. La crónica está basada en un hecho real ocurrido en suelo nacional. Los nombres de los especialistas entrevistados sí son los originales.

Subió las escaleras del edificio junto a su hermana, su fiel acompañante y soporte en cada visita a la universidad desde hacía unas semanas atrás cuando todo comenzó. Su hermana Mariana la acompañaba a todo lado; pues no soportaba la idea de estar sola en aquellas aulas, pasillos y centros de reunión, aquellos que alguna vez representaron sus sueños y anhelos profesionales más grandes. Tras subir las escaleras y llegar hasta el nuevo piso, lo pudo ver. Ahí estaba él mirándola y caminando hacia su encuentro, como quien fuera un cazador en espera de atacar a su presa. Agarró la mano de su hermana con prisa y fuerza y volvió a bajar las escaleras lo más rápido que pudo. Sintió alivio al ver al novio de Mariana en el piso de abajo; cuando volteó a ver hacia las gradas en búsqueda de algún rastro de aquel hombre, ya no estaba, se había esfumado. Quizás los casi dos metros de altura, robusticidad y aspecto desafiante del novio de su hermana lo intimidaron; ya no estaba sola, ya no era vulnerable y aquel hombre lo supo.

Días atrás, le había tocado su pierna, le había propuesto “salir”, “tomarse un café”. Y tiempo aún más y más atrás, le dijo lo “linda” que se veía, se atrevió a hacer comentarios sobre su cuerpo y lo “bien” que lucía. Gabriela se encontraba en la sala de reunión de su universidad (privada), que por cierto era bastante amplia, pero en aquella ocasión solo se encontraba ella, su profesor y el rector de carrera. Se reunieron en aquella sala un sábado, tras la oportunidad ofrecida por el docente para que Gabriela se convirtiera en su asistente. Sólo faltaba llegar a algunos acuerdos y pronto obtendría la plaza. Su optimismo y felicidad por la oportunidad, desaparecieron minutos después de que su profesor abandonó la sala y se vio sola junto al rector. Él se acercó, se cambió de silla para estar más cerca y mucho, empezó a tocar su pierna, “¿Quieres salir conmigo’”, le dijo. Lo único que acató a decir fue “Yo tengo novio”, su mente y su cuerpo no reaccionaron luego de aquella frase casi involuntaria que salió de su boca. Firmó asistencia y salió de la oficina a como pudo. No pensaba en nada más que salir de ese lugar. Tenía mucho miedo y no a actuar precisamente, sino a no ser escuchada, tal y como sucedió. Y es que cómo no iba a suceder de esa manera si estaba desprotegida, si nadaba contra corriente. Si quería denunciar lo sucedido, lo tenía que hacer ante la máxima autoridad del centro universitario, quien al mismo tiempo era su abusador. En aquel momento no supo qué hacer ni adónde recurrir.

Las universidades privadas costarricenses en comparación con las públicas, ponen en mayor peligro a sus estudiantes al no estar obligadas a aplicar protocolos ni poseer reglamentación contra el hostigamiento sexual. Gabriela estaba desprotegida; como si no fuera suficiente ya deporsí, saber que el rector a quien quería denunciar, tenía muchísimas posibilidades de ganar la batalla, era su palabra contra la de una estudiante. Él mismo se lo había hecho saber, sus palabras poco iban a hacer contra su poder y autoridad.

En la figura del poder coexiste un miedo generalizado. Las personas que trabajan desde el poder, le enseñan psicológicamente a las víctimas a tenerles miedo y se trabaja desde la indefensión. Les dicen: ‘Diga lo que usted diga, haga lo que usted haga, nadie le va a creer’, me dijo Ingrid Naranjo, quien es psicóloga y a quien acudí para entender qué frenó a Gabriela a hablar desde un principio, a denunciar a su rector.

La jerarquía de un docente, de un decano o un director de carrera es utilizada para vulnerar a la víctima, me dijo Naranjo, entonces se le dice: usted necesita de mi para hacer esto y yo le voy a pedir algunos favores para poder realizarlo. En esa sutileza se ve. Ese poder es usado para perpetrar el hecho que el abusador quiere.

Y es que no solo influye la manipulación y el juego psicológico infligido por el victimario, sino también la inoperancia administrativa de universidades que “actúan” con poca dureza ante casos como estos. La investigadora y directora del Centro de Investigación en Estudios de la  Mujer de la UCR, universidad pública más grande del país, Monserrath Sagot, lo confirma.

¿A qué responde que las estudiantes no denuncien cuando están siendo hostigadas de manera constante? Le pregunté por teléfono en una llamada que muy amablemente atendió.

-Una de las razones es que piensan que los procesos son muy burocráticos, que son muy largos, ‘lo cual es cierto’, además de que piensan que es probable que el acosador, una vez sancionado, va a recibir una penalización muy leve, ‘lo que también es cierto’, afirmó con gran certeza.

En el caso de Gabriela ni siquiera hubo un intento de castigo, no hubo nada de eso, nunca estuvo ni cerca de hacer pagar a su rector por lo que había hecho.

“Nos estaba esperando, fue horrible”, relató con detalles Gabriela aquel encuentro con el rector, su acosador, en aquel piso de uno de los dos edificios de la Universidad Católica. Una vez que bajaron las escaleras a toda prisa, Mariana, asustada, le dijo a su novio Felipe que el rector venía por ellas. Volvieron a subir las escaleras, esta vez, con Felipe por delante como un escolta y las dos detrás de él, atemorizadas por lo que podía suceder una vez que se encontraran con este nuevamente en el siguiente piso. Una vez arriba, cuando iban caminando por el pasillo, el rector los vio, dio media vuelta y cambió su rumbo.

Las semanas que transcurrieron luego de que al fin se animó a denunciar al rector, fueron lentas y muy largas, así las sintió Gabriela. Sus días se pasaban entre audiencias, reuniones, tocar puertas al INAMU, sin ninguna respuesta, ni castigo para aquel hombre, pero sí para ella. Fue suspendida del centro universitario tras acusaciones en su contra por comportamientos “problemáticos”, una supuesta falsificación de incapacidades y lo más importante, “sin pruebas que pudieran culpar a su acosador”. Gabriela estaba más que agotada, lo único que quería era que todo acabara, nunca había tenido tantas ganas de dejar de luchar como en aquel momento. Sus días en la universidad se convirtieron en un infierno. Llegaba tarde a clases o a veces ni llegaba, tenía miedo de toparse a aquel hombre. No había nada que hacer, por lo menos eso pensó luego de recordar que ella misma había hablado con él tiempo antes de que comenzara el acoso, tras ausentarse por unos días de la universidad, pues había sufrido un aborto espontáneo. Lo único que este dijo luego de que Gabriela le contó lo de su pérdida fue: “Que dicha, así no se va a echar a perder su cuerpo tan bonito”.

El hostigamiento sexual en las universidades es más común de lo que muchos podrían pensar. Por poner un ejemplo, alrededor de un 40% de estudiantes mujeres de la UCR afirman haber sido acosadas alguna vez en este centro de enseñanza por un docente, funcionario, o incluso sus mismos compañeros. En su mayoría, quienes son hostigadas lo han sido a manos de hombres. No realizan denuncias formales, pero sí suelen contarle a otros amigos o conocidos. El acoso sexual en las aulas es tema de todos los días y una problemática que tampoco conoce fronteras. No hay que irse muy lejos de territorio nacional, cerca de Costa Rica, en México, el hostigamiento sexual en centros de educación superior también se da con gran frecuencia. En el 2018, se reportó un total de 251 denuncias por acoso sexual en la Universidad Autónoma de México (UNAM), de estas, un 79.3% fueron presentadas por alumnas. De los acusados, un 28.5% eran docentes y un 15% funcionarios administrativos, así lo indicó un estudio realizado por el mismo centro educativo. Si bien Costa Rica es un país muy pequeño en comparación con México, no lo hace escapar de un problema que sigue sucediendo pero del cual no se habla. El número de denuncias de hostigamiento sexual presentadas de manera formal por estudiantes en los últimos años en la UCR, ronda siempre entre los 12 y 18.

Mariana y su novio se encontraban en el parqueo. Habían esperado que Gabriela saliera de la universidad, como todos los días, desde ese momento en que sintió miedo, impotencia, desde esa primera vez en que el rector hizo un comentario sobre su figura, en que le observó con una mirada asquerosa y denigrante, cuando le tocó su pierna, le habló de cerca, muy de cerca, desde esa primera oportunidad en que le pidió sexo a cambio de ayudarle a pasar materias. Gabriela se dirigió al parqueo a encontrarse con su hermana y el novio de esta. Para su sorpresa, venía detrás suyo, asustada y expectante de lo que buscaba yendo tras ella, y aún con gran miedo, le dio la cara. Mariana y Felipe lo vieron venir tras Gabriela, no actuaron pues decidieron esperar a ver qué sucedía. Se acercó y le dijo: “Eso le pasa por no hacerme caso por no hacer lo que yo le dije. Ahora la van a expulsar de la universidad”, no respondió nada, solo se montó al carro y sintió unas ganas inmensas de llorar, sintió cólera, impotencia, una rabia insoportable. El llanto se apoderó por completo de su ser, ya estaba asqueada y cansada de luchar en una batalla que para ella, ya estaba perdida.

Sentada con ella en una mesa en las afueras de la Facultad de Educación de la UCR, no deja de repetir que su vida ha cambiado por completo y para mal, no para de decirme que ya no es la misma, que dejó de ser aquella mujer fuerte, con sueños y anhelos por cumplir. No la conozco, me he sentado hablar con ella hace más de 40 minutos nada más, pero no necesito conocerla a profundidad para saber que hay algo que no está bien en ella; me basta con mirar sus ojos, enrojecidos, apunto de derramar ríos de lágrimas. “Yo estaba acostumbrada a ser la persona fuerte en una relación en cualquiera y de cualquier tipo, fuera una amistad o lo que sea, siempre era esa persona que no tenía problemas, pero luego pasé a ser la que buscaba soporte en los demás”. Me agradece que la haya escuchado, que cuente su historia; las lágrimas brotan de sus ojos caídos y cansados.

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