Gustavo Araya
Experto en Turismo
Uno de los propósitos de esa columna, además de crear conciencia sobre el Turismo y los temas que nos afectan, es también promover el Turismo Nacional en esa gran cantidad de lugares mágicos con los que Costa Rica cuenta.
Dichosamente, uno de los diferenciadores de nuestros competidores más cercanos como Colombia, Panamá, Guatemala y Nicaragua es la gran cantidad de pequeños hoteles, propiedad de pequeñas familias costarricenses o al menos residentes permanentes que dan trabajo, prosperidad y oportunidades en pequeñas comunidades que sin este desarrollo probablemente se convertirían en una estadística más de migrantes locales de zonas rurales a zonas urbanas.
Hoy empezamos con el maravilloso Hotel Chayote Lodge ubicado en Llano Bonito de Naranjo. La curiosidad del nombre hace que inmediatamente abramos el primero de nuestros sentidos en este maravilloso pedacito de tierra. Pero no será la primera vez que abramos ese sentido, al llegar tendremos una muy buena descripción de lo que sería el sonido de La Paz. Pajaritos que cantan, el viento que sopla entre las copas de los cipreses, el revolotear de las miles de mariposas y colibríes que se alimentan entre el famoso “rabo de zorro” (Stachytarpeta jamaiciensis) y exoras que adornan sus jardines.
Este asombroso lugar basa su decoración y arquitectura en uno de los elementos más importantes para el sector de Naranjo: nuestro “Grano de Oro”. Aquí entre el segundo sentido: el olfato. Debemos recordar que precisamente, las fincas de Monte Llano Bonito han ganado en distintas competencias internacionales como el mejor Café de Costa Rica, ergo, y siguiendo las palabras del papa Francisco I, del mejor Café del Mundo.
Como si fuera un atisbo de lo que vendrá más adelante, una combinación entre el aroma a café recién chorreado, la leña de su madera en una chimenea humeante, y la tierra mojada por el aguacero que nos acompañó todo el trayecto de esos que están rompiendo records en Mayo, nos recuerda que estamos en un lugar único en el mundo.
Ya preparados como si fuera parte de una comitiva importante, los anfitriones nos esperan bajo un paraguas que les cubre de ese manantial natural que solo cae en las montañas: “hasta saben distintas las gotas de agua”, dice mi hija, y así debe ser. Ni un gramo de polución debe contaminar esas gotas de lluvia que caen directo sobre nuestra boca que abrimos para sentir esa pureza, pero ese sentido, el gusto, lo ampliaremos más tarde, porque ahora pasamos a la vista.
Y es que el primer elemento que apreciamos al llegar a la recepción es el ábaco tamaño familiar que era utilizado para contar las cajuelas de café, así como una antiguo recolector de café hecho en Costa Rica en el cual aún se aprecia la dirección del Fabricante. “Apartado 30, San Francisco de Dos Ríos” dice una muy bien conservada etiqueta de inventario.
En este momento la vista se vuelve su mejor aliado. Es cuestión de darse la vuelta completa para apreciar una majestuosa vista de más de 180 grados que abarca desde Desamparados, Curridabat y Parte de Cartago, pasando por el Centro de San José, Heredia, Alajuela hasta el Golfo de Nicoya y sus llanuras costeras.
Pocos lugares tendrán esa vista tan amplia sin obstáculo alguno cuyo show, solo inicia cuando cae el telón de la noche y se empiezan a apreciar las intensas luces de todo el Valle Central hasta Puntarenas. Es muy sencillo encontrar los puntos medulares desde ahí: El Estadio Nacional, El edificio del INS, el concierto de Marc Anthony con todo su juego de luces, el aeropuerto Juan Santa María y hasta las pequeñas luces de Isla San Lucas. Un espectáculo para la retina y el sentido de la vista que solo puede ser mejorado con el amanecer al día siguiente a las 5:30 de la mañana.
Una vez apreciado semejante espectáculo nos dirigimos con la llave en mano, que se compone de un pequeño canasto de coger café que funciona de llavero que reactiva el otro sentido del tacto, hacía la habitación. Aunque es de noche ya, de nuevo el sentido del olfato entra en juego, caminando entre sus jardines para llegar al aposento: un hermoso recibidor de Café. Si, así como lo lee, la arquitectura se basa en recolectores de café y su diseño trapezoide. Pero el nivel detalles que su propietario, un comprometido costarricense amante del Turismo, ha impregnado en cada rincón de la habitación es cada vez más evidente y más mágico.
Los colgadores de ropa son piezas de madera de Café finamente cortadas y con un acabado de lujo. Una Cajuela de Café que sirve de adorno es utilizada por mi hija de “Cuna para sus muñecas”, así como la pequeña mesa que adorna el Balcón con esa misma vista espectacular que mencioné antes. Por supuesto que su propietario comprende que en los detalles está el secreto por eso un Libro de la Arquitecta Jimena Ugarte llamado “Recibidores y el Café en Costa Rica” adorna el mueble principal. Este libro es una oda a este Hotel, pues rescata desde el punto de vista arquitectónico lo que significaba para Costa Rica estos lugares.
Listos para cenar regresamos entres ese olor a tierra mojada y flores hasta el restaurante Quellites, cuyo nombre proviene también de la hoja comestible de la Planta del Chayote. De nuevo, los aromas entremezclados de la leña del café con ricos quesos y un buen vino frente a la chimenea presagian que eso es todo lo que se necesita en la vida. Eso y una buena compañía claramente. Cada detalle nos regresa de nuevo al “ingrediente secreto” el café, así, las sillas del restaurante están cubiertas en su respaldar y sentadera por los muy famosos sacos originales de café hechos con fibras de yute que orgullosamente dice: Café de Costa Rica.
La noche apenas ha iniciado pues después del torrencial aguacero de camino, como una buena obra de arte, el espectáculo se pone mejor. Como si fuera un telón de teatro, las cortinas de nubes que cubrían la inmensidad del cielo, empiezan a correrse por el viento que sopla del este. Este es el momento más mágico donde uno se siente tan solo un grano de arena en esa inmensidad de estrellas que solo en lugares alejados de la luz artificial permiten apreciar. Noche mágica que termina en una cama de primer mundo en medio del silencio más sepulcral que pueda uno imaginar, que solo es interrumpido por los aguacates que caen sobre el bosque.
Al día siguiente, antes de partir, nada como caminar entre la naturaleza. Un pequeño boque que claramente no es autóctono de cipreses, pero si vestigio de lo que una vez fue una finca cafetalera se mezcla entre las filas de matas de café que aún hay en el lugar. Aun en la mañana es posible seguir apreciando esa vista mágica hacía el sur que se confabula caminando hacia el norte con una hermosa y verde vista de las montañas de Zarcero.
El día se hace corto, pero es hora de partir, y es el momento justo para que la hija conozca el parque de Zarcero y las comidas de la zona. Estamos a tan solo 40 minutos de casa por lo que se hizo un viaje justo a la medida para cualquier familia pueda realizar y apreciar el buen gusto por parte del su propietario y colaboradores.