Por Marcelo Pisani,
Es bien sabido que el flujo de remesas mejora la calidad de vida y se constituye como determinante económico en los hogares que las reciben. Según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en el caso guatemalteco significan aproximadamente el 60 % del total de los ingresos de las familias de personas que migraron, y resulta vital para la cobertura de la canasta básica de estas familias. Según CEPAL, en México las remesas pueden llegar a alcanzar el valor de un salario mínimo mensual para esta misma categoría de familia.
Pero es importante reconocer que estos ingresos también favorecen otros aspectos de la vida económica de los países receptores de estos recursos. Por ejemplo, la educación en el país que recibe divisas se ve beneficiada por este ingreso, pues es uno de los grandes rubros donde se invierte este dinero. El uso de remesas en la educación favorece la movilidad social y el desarrollo de habilidades tanto sociales como profesionales, es decir, se fortalece el capital humano.
También se beneficia la producción nacional, sobre todo cuando se capacita a las poblaciones receptoras para invertir en emprendimientos productivos. A través de la facilitación de medios formales para el envío de remesas, que las hagan susceptibles a considerarse avales para préstamos, y del fomento de una cultura de emprendimiento y sus respectivas herramientas, las remesas dejan de considerarse un salario para constituirse en un capital que permita medios de vida sostenibles.
Una encuesta sobre el tema realizada por OIM en Guatemala en 2017 mostró que casi la mitad de las remesas son usadas para inversión y ahorro. Por su parte, en 2018, el Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos (CEMLA) indicó en un estudio en México que mientras mayor escolarización tuvieran las personas que hacen envíos de remesas, mayor inclusión en el sistema financiero hay por parte de las personas que reciben dicho dinero. Esto quiere decir que las remesas no solo sirven para que millones de personas superen la línea de pobreza, sino que facilitan la bancarización de más personas a través de cuentas, fondos de inversión, crédito de tienda y préstamos formales, entre otros.
En términos macroeconómicos, las remesas representan porcentajes importantes del producto interno bruto en los países de la región, llegando en 2017 a alcanzar el 19,5% del PIB en Honduras, de acuerdo con datos del Diálogo Interamericano. Para ponerlo en perspectiva: en los últimos años, el crecimiento de las remesas ha sido porcentualmente igual al de las exportaciones. Al analizar retrospectivamente el crecimiento económico general de algunos países, es necesario y justo reconocer que una buena parte se debe al aumento de las remesas, las cuales pueden ser incluso responsables de nada menos que de la mitad del crecimiento económico en países como El Salvador, Guatemala y Honduras.
Para potenciar este crecimiento resulta vital para los gobiernos contar con información en materia migratoria y de remesas para fortalecer la política exterior y las políticas públicas, y así orientar a las instituciones gubernamentales, y privadas y de la sociedad civil para la formulación de proyectos de apoyo a las personas migrantes y sus familias.
La migración de la región es multicausal y, lejos de desaparecer, es constante, ascendente, y provoca cambios demográficos en las comunidades de origen. Las remesas asociadas a estas migraciones pueden ser un motor de desarrollo aún más poderoso si se toman medidas para la modernización de las transferencias de dinero, la inclusión financiera de las familias receptoras, la apertura de oportunidades para la inversión de capital migrante y la filantropía de la diáspora para el desarrollo. Éstas son áreas de trabajo que ya han demostrado buenos resultados en algunos países de Mesoamérica, y debería ser así en toda nuestra región.