Redacción– La ciencia y la innovación parecen ser la respuesta al problema de cómo alimentar al mundo en el 2050, con más población y menor cantidad de áreas agrícolas. No obstante, un desafío mayor es el de eliminar el temor colectivo a todo lo desarrollado en un laboratorio.
El planeta tiene un 71% de agua y un 29% de tierra, un poco más de 50 millones de kilómetros cuadrados son áreas agrícolas, pero no todas son capaces de soportar cultivos.
Se prevee que en 30 años la población pase de 7000 millones a 9.700 millones, por lo que los investigadores se apoyan en la ciencia y la tecnología para desarrollar invenciones que faciliten la producción de alimentos, solución que en ocasiones genera rechazo.
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Los científicos argumentan que esta moda de temer a la ciencia y a la innovación es fruto del desconocimiento y del marketing. Además, recuerdan que la alimentación y la industria son más seguras hoy gracias a los avances que han logrado productos que permiten una mayor calidad de vida como los textiles, artículos de higiene, o las vacunas.
Parte de esta tendencia es la llamada Quimiofobia, el miedo excesivo a los productos químicos y a la química en general. Este transtorno tuvo sus orígenes en la década de los 60 en torno al tema del uso de plaguicidas.
“En el caso de un insumo agrícola para que un producto salga al mercado son necesarios al menos 20 años de estudios y para poder registrarlo ante las autoridades regulatorias de un país se debe presentar un mínimo de 100 investigaciones científicas que lo respalden. Es decir, su seguridad está más que comprobada”, resaltó Marcela Chacón, directora de Asuntos Públicos y de Gobierno de Bayer.
El glifosato es un claro ejemplo de un producto víctima del miedo a la investigación científica.
Como se diría con su nombre químico, N-fosfonometilglicina, este herbicida es un análogo de la glicina, un aminoácido natural.
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Se trata de un herbicida de amplio espectro desarrollado para malezas. Su mecanismo de acción consiste en inhibir enzimas de la mala hierba, necesarias para la fabricación de aminoácidos y, por tanto, evitando el crecimiento de estas.
El herbicida es eficiente y además no interfiere ni en mamíferos ni en las personas ya que carecen de la enzima que es inhibida por este compuesto.
El glifosato se ha utilizado de manera segura y exitosa en todo el mundo durante más de cuatro décadas, más de 800 investigaciones científicas avalan su seguridad.
Además, el pasado 30 de abril la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA), reafirmó que el herbicida no es carcinógeno y lo hizo en el marco del proceso de análisis para re aprobar los permisos de su uso agrícola en los EE. UU.
Es importante resaltar que las malezas pueden representar hasta un 20% de pérdida en los cultivos si no se controlan a tiempo, por eso el glifosato es una herramienta muy valiosa y limitar su uso va en perjuicio directo de los agricultores y de la competitividad del país.
“Está comprobado que la chapia incrementa hasta seis horas por hectárea la duración de la labor, lo cual representa no sólo un riesgo para la salud de los trabajadores al enfrentarse a una tarea tan extenuante, sino también una pérdida de productividad y hasta un 12 % de incrementos en costos variables, de acuerdo con datos de la Cámara de Insumos de Costa Rica”, comentó la Directora de Asuntos Públicos y de Gobierno de Bayer.
Por eso, la prohibición de un agroquímico no puede ser antojadiza o arbitraria, pues necesariamente debe contar con una razón científica derivada del perfil toxicológico y ecológico del producto, más allá de si se trata de un producto químico o natural.