António Vitorino
Director General de la OIM
Con demasiada frecuencia, cuando se habla de los migrantes, se tiende a asociar este fenómeno a momentos de extrema dificultad, y queda uno atrapado en una dialéctica de crisis. Así pues, ello trae a la mente imágenes de migrantes detenidos en Libia o de víctimas de la trata transportadas en la parte trasera de algún camión, en busca de una vida mejor lejos de Estados fallidos, conflictos y desastres.
La conmemoración del Día Internacional del Migrante brinda la oportunidad de pensar en esas personas y de reiterar cuán importante es el respeto de los derechos y la dignidad de todos. Este día se celebra bajo la égida las Naciones Unidas en reconocimiento de esos 272 millones de migrantes en el mundo que forman parte integral de todas nuestras sociedades.
Esta conmemoración también brinda la oportunidad de reconocer la generosidad y la calidez de las comunidades que acogen a migrantes que llegan prácticamente con las manos vacías. Abundan los ejemplos en Colombia, en Alemania y en otras partes del mundo de comunidades que han compartido sus hogares y sus vidas con los más desfavorecidos. Y ello a pesar de que muchas de las comunidades a las que llegan los migrantes son frágiles de por sí, disponen de pocos recursos y apenas logran salir adelante.
Este año, la OIM ha optado por dedicar el Día Internacional del Migrante a la temática de la cohesión social, no solo en reconocimiento de los migrantes, sino también de las comunidades en las que pueden prosperar y, de hecho, prosperan. Nuestras sociedades no son estáticas. Constantemente, las redes comunitarias se disuelven y reconstruyen ante el cambio, ya sea a raíz de una recesión económica, el envejecimiento demográfico o las tensiones derivadas de la contraposición de diferentes visiones políticas del mundo.
Por lo general, cuando hablamos de la migración, el debate gira en torno a si esta es positiva o negativa, si los frutos que rinde justifican los elevados costos que conlleva, o si hay contribuciones concretas que los migrantes aportan a nuestras vidas. Pero al abordar la migración desde un punto de vista estrictamente cuantitativo, estamos soslayando una realidad mucho más global y compleja. La migración es una parte integral de nuestras sociedades que está en constante evolución y que, pese a los desafíos que plantea, las enriquece de múltiples maneras incuantificables.
Por otra parte, solemos olvidar que los migrantes ya se han integrado discretamente en nuestras vidas, y que sus contribuciones se entretejen en nuestras interacciones diarias. Algunos son estudiantes que se esfuerzan para adquirir nuevas competencias. Otros son trabajadores que desean aprovechar su experiencia para conseguir un trabajo mejor remunerado o tener una gama más amplia de oportunidades. También están los familiares que se han reunido con sus seres queridos para cuidar de ellos y abrir un nuevo capítulo en sus vidas.
Muchos migrantes cruzan fronteras cercanas en busca de oportunidades en países que no son muy diferentes de los suyos. De hecho, son cada vez más numerosos los trabajadores que cruzan las fronteras rutinariamente, viviendo en un país y trabajando en otro. Otros se aventuran y atraviesan continentes o incluso océanos, con los riesgos gigantescos que ello puede conllevar, para integrarse en sociedades con idiomas, prácticas religiosas, hábitos alimenticios y normas culturales diferentes. Estos migrantes lo arriesgan todo para tener éxito en el país de destino.
Más aún, los migrantes tienen que cambiar para poder adaptarse a un nuevo entorno social y cultural, y respetar los valores de las comunidades en las que se han incorporado, como la igualdad de género. El respeto mutuo de las diversas creencias es la piedra angular de una cohesión social que redunda en el bien de todos.
Las comunidades que prosperan son aquellas que aceptan el cambio y se ajustan a él. Los migrantes son un elemento integral y deseable de ese cambio. En efecto, los migrantes también pueden convertirse en sorprendentes paladines de la resiliencia ante los embates de situaciones de crisis inesperadas con que se enfrentan las comunidades, como el cambio ambiental, los desastres, el desempleo y los conflictos políticos.
Dicho esto, las comunidades no pueden adaptarse por sí solas. Necesitan el apoyo de gobiernos y organizaciones como la OIM para garantizar la prestación adecuada de servicios públicos, orientación y apoyo lingüístico, la inversión en el capital humano y el fortalecimiento amplio de la infraestructura comunitaria.
El clima político actual constituye, sin lugar a duda, un verdadero reto que expone a los migrantes a convertirse en el chivo expiatorio al que se achacan gratuitamente todos los males de la sociedad, cuando en realidad cabría considerarlos como parte de la solución.
Por lo tanto, en este día, nos incumbe recordar a la comunidad internacional la realidad —tanto histórica como contemporánea— de que la buena gestión de la migración contribuye a la apertura de las sociedades y a la disipación de toda tensión política.